Capítulo.-30
La
encina de Don Kerkus
Hoy, y a
primera hora de la mañana ha llegado Don Kerkus y junto con él, y en su
obsoleto, que no viejo Mercedes nos hemos dirigido al encinar. A nuestra
llegada al encinar hemos encontrado a los gatos psicólogos vareando encinas,
tal y como Don Zacarías les había ordenado el día anterior, Don Kerkus ha
advertido a Don Zacarías, que esa forma de desprender las bellotas no es
rentable, son métodos anticuados, en la nave hay una máquina vibradora que está
en perfecto uso y con ella en una hora se pueden hacer caer bellotas de los
árboles para alimentar los mil cerdos que Patrocinio traerá a media tarde,
durante una semana.
Siendo así
–dijo Don Zacarías- voy a ordenar que dejen de varear las encinas y que
empiecen a limpiar de matojos las encinas que más cerca se encuentren de la
casa y si alguno de ellos sabe manejar la máquina vibradora que se encargue de
tirar bellotas al suelo, los llamó y cuando llegaron, resultó que al que había
apodado Eumeo, sabía manejar la vibradora perfectamente, por lo que le encargó
que durante una hora hiciese vibrar las encinas necesarias con el fin de que
hubiese suficiente alimento para los gorrinos que Patrocinio hubiese adquirido,
los demás dejaron limpio de matojos el suficiente espacio alrededor de la
casona, de las viviendas de los empleados que no tuvieran estudios universitarios,
pues también de estos había que contratar, las cochineras y las naves
industriales, con el fin de adecentar todo el complejo de edificios lo
mejor posible y evitar que un posible incendio en el encinar alcanzase las
instalaciones. Una vez terminado esto ha decidido que se aseen convenientemente
y hasta que no llegue Patrocinio con los cerdos, pueden disponer del tiempo
como mejor les parezca.
Los gatos
psicólogos decidieron que antes que nada entrenarían el toque de cuernas, al
oír esto Don Kerkus nos ha advertido que no son necesarias, pues los
cerdos no necesitan sonidos estridentes, sino que lo que necesitan es
tranquilidad y aparte de las charlas que, como especialistas en la materia que
son, darán a lo gorrinos diariamente, estos necesitan al menos una hora al día
de música relajante y que los mejores instrumentos que pueden emplear son la
flauta dulce y la filarmónica.
Preguntados
los gatos psicólogos si sabían tocar dichos instrumentos, resultó que cinco de
ellos dominaban perfectamente la flauta dulce y los otros cinco los dos
instrumentos, tanto la filarmónica como la flauta.
Apunta –me
dijo- compras cinco filarmónicas y diez flautas dulces, zotal en buena cantidad
y otra buena cantidad de clorfenvinfos pues he observado que las cochineras
están limpias, pero al menos hay que desinfectarlas.
Ahora –dijo
Don Kerkus- me gustaría mostraros la gran encina que en esta finca hay, la
única que siempre he tenido limpia de matojos a su alrededor y que tiene una
gran cantidad de años, es de gran tamaño y en ella anida una pareja de águilas,
pero para ello nos trasladaremos en el vehículo y le ruego a usted Don Zacarías
que con esta cámara de fotos, de la que he venido provisto, vaya tomando fotos
del encinar durante el recorrido que vamos a efectuar por él.
El ruido de
varios camiones que se acercaban interrumpió a Don Kerkus, era Patrocinio, que
en la cabina del primero y al lado del conductor llegaba con sus cerdos. Una
vez que se acercaron a nosotros, Patrocinio ordenó que todos los cerdos fueran
desembarcados en el encinar y todo ello se realizó en un momento, pues las
instalaciones que en el encinar había estaban dotadas de un par de
embarcaderos, despidió a los camioneros y me entregó la correspondiente
documentación de la compra realizada, la correspondiente factura y todas las cartas de identificación de los
cerdos, mil en total de esas cartas me entregó, donde constaban los datos de
cada uno de ellos y el pedigree.
Ordenó a
los gatos psicólogos, que tenían dos días libres de trabajo, pues antes que nada,
los cerdos necesitaban aclimatarse adecuadamente en su nuevo hábitat y la mejor
forma de conseguirlo era que ellos mismos se fueran distribuyendo por el
encinar.
Le
comentamos a Patrocinio lo que Don Kerkus nos había propuesto, cosa que fue de
su agrado y nos dirigimos a ver la gran encina del “Águila”, donde descubrimos
al instante que algún “amante de la naturaleza”, había dado muerte a uno de los
progenitores y de lo cual Don Zacarías tomó la correspondiente fotografía,
además tomó innumerables fotos del gran ejemplar que era la encina y otras
cuantas fotos del encinar, cuando entristecidos, volvíamos de regreso, por la
suerte corrida por el águila, en varias de las fotos ya se ven a los cerdos
ibéricos que van distribuyéndose a su antojo. Yo tuve que conducir el coche de
Don Kerkus, pues tan entristecido estaba con lo ocurrido y ya con su edad -me
dijo- que no se atrevía a coger el coche. El motivo verdadero de que no pudiera
conducir, eran las lágrimas que por sus mejillas, en silencio resbalaban, y
no le permitían ver adecuadamente, motivos no le faltaban para ello, de alguna
forma le habían roto su pasión por la naturaleza y el orgullo que sentía
por su encina del águila.
Nos
dirigimos directamente al refugio, donde Don Zacarías obsequió con varias
bolitas de pienso sabor “FAISÁN” a Don Kerkus, quien se lo agradeció de todo
corazón y una vez que este gran alimento hizo los efectos oportunos, se
encontraba en condiciones de volver a conducir y regresar a su domicilio.
Mientras
esto ocurría, yo he volcado las fotos en el ordenador y he realizado el vídeo
de “la encina del Águila”, el cual se lo dedico a esos que se dedican a cometer
todo tipo de tropelías con la fauna que por estas tierras habita.
Cuando Don
Kerkus se marchó, Don Zacarías se acercó a mí y dijo: No deja de ser un acto de
violencia contra un anciano, quizás alguna venganza de un cobarde que no tiene
valor para dar la cara.
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