Capítulo.-47
Las Águedas.
A las seis de la mañana
del domingo pasado, todos estábamos como había dicho Patrocinio el día
anterior, con las patas de punta, en la gran explanada que frente a la entrada
principal de la casona hay, todos menos las cinco gatas que se ocupan del
servicio doméstico, que aunque se encontraban levantadas aún no habían bajado
con los cuchillos y demás utensilios que para la matanza íbamos a
necesitar. Viendo que estas tardaban en incorporarse a las tareas
que el sábado Don Zacarías les había encomendado que a primera hora de la
mañana debían realizar, ni corto ni perezoso se ha dirigido a las dependencias
que estas ocupan, con el fin de apercibirlas que se estaban retrasando, pero en
el momento de entrar en el vestíbulo desde el que se accede a las citadas
dependencias, le han empezado a caer escobazos de los que hacen época,
escobazos dados con toda el alma puesta en ellos, al final ha conseguido
escapar como Dios le dio a entender de semejante agresión, agresión llevada a
cabo por sorpresa, de tal calibre ha sido esta, que cuando ha querido
reaccionar ya le habían caído encima por lo menos un par de docenas de ellos,
dos días lleva renqueando de los cuartos traseros, en la oreja derecha debe de
haberse llevado un buen escobazo, pues algo inflamada sí que la tiene. De cómo
le han dejado la cámara de fotos de la que ya se había provisto, sin
comentarios. Una nueva ha encargado ya.
No había terminado de
salir Don Zacarías, con el rabo entre las patas, cuando comenzó a sonar el
típico tamboril y la flauta charra que la primera de las gatas y al frente de
las cuatro restantes, vigorosamente el tambor repicaba y la flauta con tal
dulzura tañía que mucho profesionales si la hubieran escuchado, envidia
hubieran sentido, todas ellas iban ataviadas con el traje típico de la región,
repartieron escobazos a diestro y siniestro al tiempo que nos dijeron que si no
habíamos oído hablar del día de las Águedas, entonces caímos en la cuenta que
nos íbamos a cargar con todo el trabajo del día, es decir, todas las labores de
la matanza corrían de nuestra cuenta.
Cuando ya se
encontraban a bastante distancia, una de ellas se dio la vuelta y a voz en
grito nos dijo: A las 00 horas volvemos, que se os dé bien la matanza y como
todos sabemos el día de las Águedas, y para que la tradición se cumpla año tras
año, es el día en que las gatas toman el mando y hacen y deshacen a su antojo
lo que les viene en ganas y buenas juergas que se pasan, hasta con algo de
aguardiente algunas se atreven.
Visto el panorama, nos
hemos dirigido a buscar el ibérico que más convenía a Don Kerkus, pero con la
mala suerte de que con el alboroto montado por las Águedas nos habíamos
olvidado de coger el gancho de hierro para sujetarlo por el hocico y ahí es
cuando hemos visto el valor, la valentía, hasta arte diría yo, en la forma de
sujetar un cerdo ibérico de considerable peso, quince arrobas de peso lanzadas
a toda velocidad contra “la banda de los festines”, que se han puesto en fila a
estilo “FORÇADO”, lo han sujetado y derribado al primer intento. Una vez
sujetado lo han conducido fácilmente a la explanada, donde ya se encontraba Don
Kerkus acompañado por tres de sus sobrinos, unos preciosos cachorrillos con
cara de sueño, pero que al ver al cerdo, esa cara de sueño les ha desaparecido
y han empezado a jugar entre ellos.
Una vez que al cerdo
se le ha dado muerte, no sin antes aturdirlo con la debida descarga eléctrica,
se han tomado muestras de diversas partes de su anatomía e inmediatamente Don
Kerkus las ha recogido en su debida forma y se ha dirigido al veterinario con
el fin de analizarlo y descartar cualquier tipo de enfermedad, mientras, lo
hemos deshecho en piezas y a cada una se le ha dado el correspondiente destino,
con el fin de hacer morcillas, chorizos, lomo adobado y todo lo que en una
matanza se hace, pues del cerdo se aprovecha todo.
Cuando ha vuelto Don
Kerkus, con solamente verle la cara todos sabíamos que el cerdo no padecía
ninguna enfermedad, cosa que oficialmente nos comunicó en el momento de bajarse
del auto.
Acto seguido, se ha
asado, el rabo del sacrificado y se ha repartido entre los tres sobrinitos de
Don Kerkus, cosa que han celebrado enormemente y hemos hecho de este pequeño
acto las delicias y la felicidad de estos pequeños, pues por su edad no dejan
de ser unos seres indefensos. Akila y con el permiso de Don Kerkus ha comido
tres buenas raciones de tocino delante de todos, en mi opinión no lo ha hecho
por que pase hambre, más bien ha sido la forma de demostrar en público, que aún
siendo de nacionalidad egipcia, es gatólico.
Lo bueno del
día ha estado cuando alguien le ha preguntado con un poco de sorna a Don
Zacarías y desde el anonimato si hoy no había tomado alguna foto, para
rememorar los hechos acaecidos.
Se ha dirigido a Eumeo
y le ha rogado que por favor le deje el teléfono de última generación y con él
ha sacado no menos de una docena de fotos relacionadas con la matanza.
Entonces -dijo- las
mandamases de hoy cuando regresen se llevan una sorpresa, pues posiblemente
hayan pensado que no seriamos capaces de terminar todo sin su ayuda.
A media tarde hemos
terminado con todas y cada una de las tareas que Don Kerkus nos ha ido
encomendando y que bajo su experta dirección fielmente hemos cumplido, todo ha
quedado, para sorpresa de algunas, felizmente terminado.
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